Por tanto, debemos aprender a controlar nuestro temperamento. Si algo nos enoja, ejercitemos la paciencia en lugar de reaccionar impulsivamente. Gradualmente, podremos adquirir el hábito de no perder la templanza.
Una mujer dijo a su amiga: “Cada día, cuando mi marido llega a casa del trabajo, nos peleamos. ¿Hay algún modo de evitar esto?
La amiga dijo: “No te preocupes. Tengo la mejor medicina conmigo. Tan pronto como tu marido empiece a hablar airadamente, toma esta medicina y no la tragues, consérvala en la boca.” Dicho esto, la amiga le dio un frasco de medicina.
Esa tarde, tan pronto como su marido llegó enfadado, la mujer puso la medicina en su boca. Al cabo de un rato el marido se calmó. Lo mismo sucedió los dos días siguientes.
La mujer estaba sorprendida. Al día siguiente, dijo a su amiga: “¡Tu medicina es realmente eficaz.” No nos hemos peleado en tres días. Dime, por favor, como preparar esta medicina para poder hacerla yo misma.”
La amiga dijo: “Te lo diré, pero esperemos otros seis meses.”
Pasaron seis meses. No hubo más peleas en la casa, que ahora estaba llena de amor y paz. Un día, la amiga dijo: “Ahora voy a darte el secreto de la medicina. No tiene ingredientes especiales. De hecho, es solo agua. Cuando la mantienes en la boca y no puedes hablar, la mente de tu marido se calma. Tu mente también se calma. Eso es todo.”
Esta historia aclara que si podemos aguantar un poco, la vida se llenará de paz y felicidad.
Cuando nos enfademos, abstengámonos de decir lo que nos venga a la mente. Y también desistamos de tomar decisiones en ese estado. La ira es como una herida abierta en la mente. Primero, curemos la herida.
La ira surge cuando la mente incontrolada rebosa de turbulencias. El efecto adverso que esta emoción tiene en nosotros y en otros es su propio castigo. Las acciones consecuencia de la ira y sus resultados son los mismos: Ira.
La mayoría de nosotros ha experimentado la agitación y malestar de estar enfadados, así como la angustia y falta de paz de ser víctimas de la ira. La misma ira puede convertirse en perlas de amor y compasión si la canalizamos adecuadamente.
La paciencia y el discernimiento son el otro antídoto para la ira. Cuando reflexionamos en las cosas, ganamos en capacidad de percibir nuestras propias debilidades. Veremos nuestros pensamientos reflejados claramente, como en un espejo. Y comprenderemos la pequeñez de la ira y nos daremos cuenta de la grandeza del perdón.
La autora es una líder espiritual y humanitaria reconocida mundialmente.