(Extraído de "La Palabra de Amma", Vol. 2)
Paciencia y perdón
Amma dice que si viésemos un diamante en medio del estiércol, lo cogeríamos sin dudarlo, pues su valor es incalculable. Las palabras, las enseñanzas de Amma son más valiosas que un diamante. ¿Podemos imaginar leer las enseñanzas de Amma con la misma atención y entusiasmo con que cogeríamos un diamante del suelo? ¿Podemos imaginar aplicándonos a poner en práctica las enseñanzas de Amma con la misma intensidad con que imaginamos la riqueza que tenemos al ver nuestro querido diamante? Ciertamente un diamante nos enriquece a nivel material, pero las palabras de Amma llevadas a nuestras vidas, nos enriquece el alma; ciertamente un diamante lo podemos llevar con nosotros, pero no nos va a seguir más allá de la muerte, sin embargo los frutos que obtenemos de aplicar las enseñanzas de nuestra querida Madre los podremos saborear no sólo en esta vida sino en las siguientes. Un diamante no es más que carbón, el valor de las palabas de un Satgurú no tienen precio.
En este satsang Amma nos habla sobre la paciencia, una virtud esencial para recorrer el camino espiritual y una de las que Amma más nos propone practicar en el día a día. En mi experiencia, no hay un solo día en que no tenga no una sino varias circunstancias que me inviten a practicar la paciencia. Amma que es la paciencia infinita, no se cansa de crearnos situaciones para acercarnos a Ella. Amma dice:
Amma siempre insiste en la importancia de la paciencia en todas las circunstancias de la vida. Si intentamos impacientemente abrir una flor antes de que esté lista para florecer, nos perderemos toda su belleza y fragancia. Pero si aguardamos pacientemente a que florezca de forma natural, la belleza latente y la fragancia aparecerán en todo su esplendor. Es necesario desarrollar la paciencia, pues es el fundamento de todo crecimiento.
Para amar verdaderamente a la gente es necesaria la paciencia, pues el que es impaciente no puede realmente amar a los demás. La mejor forma de aprender paciencia es pasar un tiempo con ancianos y con niños. Algunos ancianos se quejan bastante y lo critican todo. Es difícil satisfacerlos, aunque los atendamos y los tratemos con cuidado. Sucede así porque con la edad desarrollan una cierta clase de puerilidad. Como vemos lo absurdo de su testarudez y sus constantes quejas, comprendemos lo absurdos que podemos llegar a ser cuando actuamos de forma parecida. Estar cerca de ellos es una excelente lección para nuestra vida.
También sucede igual con los niños. Justo cuando estamos haciendo algo que consideramos importante, vienen corriendo con alguna tontería. Por ejemplo, cuando estamos ocupados haciendo una llamada telefónica importante, aparecen llenos de entusiasmo para mostrarnos el elefante que han dibujado. En realidad, lo que han dibujado no se parece mucho a un elefante, es más bien una serie de garabatos. También pueden presentarse cuando estamos atareados buscando entre papeles algún dato o haciendo algo urgente. Aparecen sucios de la cabeza a los pies, saltan hasta nuestros brazos, apartan nuestra cara y empiezan a revolver los papeles. Hasta es posible que cojan los bolígrafos, los libros y todo lo que encuentren a mano y lo lancen al suelo.
También puede suceder que, ante una visita importante, los niños se presenten corriendo y, para llamar la atención, hagan todo el ruido del mundo o algo que pueda hacer enfadar a sus padres. En estas situaciones, no tendremos la suficiente paciencia para atender a los niños o escuchar lo que nos quieren decir. Desesperados, les regañaremos, les gritaremos o los echaremos con algún cachete. No somos conscientes de que estamos perdiendo una de las mejores oportunidades para aprender paciencia. Y tampoco nos damos cuenta de las heridas que causamos en los sentimientos del niño cuando perdemos nuestra paciencia. Creamos una profunda herida en el corazón del niño, que quizá no se le cure a lo largo de su vida. Cuando aprendemos a actuar en estas situaciones, con paciencia y equilibrio mental, desarrollamos amor y espiritualidad, y conseguimos que nuestras vidas se realicen, transformándolas en hermosas flores que expanden su fragancia alrededor.
Siempre esperamos que los demás sean pacientes con nosotros y, sin embargo, nosotros no estamos dispuestos a ser pacientes. Por ejemplo, si una persona se encuentra atrapada en un atasco de circulación, empezará a insultar al coche de delante, tocará la bocina y empezará a gritar: “Eh, inútil, ¿qué te pasa? ¿No ves todo el espacio que tienes delante de tu coche? A este paso, ¡no vamos a salir nunca de aquí!”. Es posible que incluso salga de su coche, se dirija al otro conductor y se ponga a gritarle todavía más. Sin embargo, si cuando vuelve a su coche, el conductor de detrás empieza a insultarle, le dirá, “Eh, ¡cálmate, tío! Ten un poco de paciencia. ¿No ves todo el tráfico que hay? ¿A qué viene tanta prisa? ¿Qué quieres? ¿Que salte por encima del coche de delante?”
Esta es la actitud de queja sistemática que causa tantos problemas en la vida. En su lugar, si fuéramos pacientes hacia los demás, seguramente lograríamos que cambiaran. La paciencia es beneficiosa para todos.
Amma cuenta una historia sobre un incidente en el Mahabarata a propósito de esto:
Era cuando Dronacharya enseñaba a los príncipes Kaurava y Pandava. La primera lección trataba sobre la paciencia. Un día, el Guru llamó a todos sus discípulos y les pidió que recitaran todas las lecciones que habían aprendido. Todos supieron repetirlas de memoria. Finalmente le llegó el turno a Yudhishtira. Sorprendentemente, Yudhishtira sólo pudo recitar una línea.
“¿Sólo has estudiado esto?”, gritó el Guru.
Yudhishtira contestó tímidamente: “Perdóname, oh Guru. He conseguido aprender la primera lección, pero no he logrado dominar la segunda”.
Dronacharya estaba furioso, ya que en asuntos académicos había puesto todas sus esperanzas en Yudhishtira. Todos los demás habían memorizado lecciones enteras mientras que este sólo había citado dos líneas. Dronacharya no pudo controlar la ira y golpeó a Yudhishtira sin piedad con un palo hasta que se rompió. Ni siquiera entonces la sonrisa y la amabilidad desaparecieron del rostro de Yudhishtira. Continuó igual.
Al ver esto, Dronacharya se calmó y con mucho amor le dijo:
“Hijo, tú eres príncipe. Puedes mandarme a la cárcel si lo deseas. Me puedes castigar. Y sin embargo no has recurrido a nada de esto. No te has enfadado en absoluto. ¿Hay alguien en el mundo tan paciente como tú? Eres verdaderamente grande, hijo mío.”
Durante todo el rato, la hoja de palma en la que estaba escrita la lección estuvo delante. Dronacharya leyó lo que ponía: “Nunca dejes de ser paciente”. La segunda línea decía: “Di siempre la verdad”.
Cuando Dronacharya le miró nuevamente a la cara a Yudhishtira, vio las frases de la hoja de palma reflejadas en sus ojos. Le agarró fuertemente las manos y se derrumbó. Dijo: “Yudhishtira, cuando os enseñaba a todos vosotros sólo repetía palabras. Los demás alumnos las repetían también como loros. Mientras que, en realidad, sólo tú las dominas en su verdadero sentido. ¡Eres realmente excepcional! Hijos, ni siquiera después de haber enseñado durante todos estos años, he sido capaz de asimilar una sola línea. No he podido controlar mi ira, no he podido ser paciente, no he podido perdonar”
Cuando Yudhishtira oyó a Dronacharya hablar con lágrimas en los ojos de esta manera, confesó: “Perdóname, Guru, pero estaba enfadado contigo mientras me golpeabas”.
Dronacharya se dio cuenta de que su discípulo había dominado también la segunda lección ya que hay pocas personas que no sucumban a las alabanzas. Aunque les hierva la sangre, no expresarán su ira. Sin embargo, Yudhishtira no dudó en decir la verdad. Eso quiere decir que también había aprendido la segunda lección.
El aprendizaje es perfecto sólo cuando las lecciones se llevan a la práctica de la vida. El verdadero discípulo es el que se empeña en hacerlo.
La paciencia es también esencial en nuestras vidas. El verdadero pilar de la vida es la paciencia. Si intentas abrir un capullo forzándolo, no podrás conocer ni disfrutar de su belleza y fragancia. Sólo puedes hacerlo si dejas que el capullo se abra naturalmente por sí mismo. De igual modo, has de tener paciencia para disfrutar de la belleza de la vida. El requisito fundamental para todos los que quieran llevar una vida feliz y agradable es la paciencia.
Había una aldea donde la gente vivía en unidad y armonía. Esto era posible gracias a una familia modélica que vivía allí. Si había una pelea donde fuera, alguien decía:
“Mirad a esa mujer de qué manera tan pacífica y armoniosa convive con su marido. ¿Se oye algo en esa casa? ¡Qué amor! ¡Aprended de ellos!”
Cuando oían esto, quien fuera que estuviera discutiendo se apaciguaba y había paz. De esta manera, toda la aldea vivía en paz y tranquila. Al poco tiempo llegó el momento de celebrar el decimotercero aniversario de boda de esta pareja. Todo el mundo participó en los preparativos para la gran celebración. También acudieron miembros de la prensa pues habían oído hablar mucho sobre esta pareja tan especial. Les preguntaron: “¿Cuál es el secreto de su feliz vida matrimonial? Usted (dirigiéndose a la esposa), no ha discutido ni una sola vez con su marido, de quien hemos oído decir que tiene mal genio. Aquí no hay nadie que no hable bien de ustedes. Son la inspiración, el modelo de toda la aldea ¿Cuál es el secreto? Díganoslo, por favor.”
La esposa contestó: “No hay grandes secretos o fórmulas. Al tercer día de casados fuimos a hacer una merienda en el campo. Llevábamos un burro para que cargara con los paquetes y la comida. En el camino, el burro se resbaló y cayó. A mi marido no le hizo ninguna gracia. Le retorció una oreja y le dijo: “Este es el primer aviso, ten cuidado ¿vale?”
Volvimos a cargar las bolsas y paquetes sobre el burro y retomamos la excursión. Al rato, el burro tropezó de nuevo con una piedra, se resbaló y cayó. Mi marido se enfadó muchísimo. Le cogió de las dos orejas muy bruscamente y le gritó: “Este es el segundo aviso. Ten mucho cuidado. Estate atento, ¿vale?”
Le ayudó a levantarse y seguimos nuestro camino. Teníamos que cruzar tres colinas para llegar a nuestro destino. Atravesamos las dos primeras sin problemas. Pero cuando estábamos en mitad de la tercera, el burro se desplomó. Mi marido no pudo controlar la ira. Sacó la pistola y le pegó un tiro. No pude soportarlo. Estaba disgustadísima por la muerte del animal. Le dije: “¿Pero qué has hecho? No es más que un pobre animal. ¿Crees que está bien lo que has hecho? Dios mío…” Al oír esto, mi marido se volvió hacia mí, me agarró de las orejas y me dijo a gritos: “Ten mucho cuidado. Este es el primer aviso, ¿vale?”
Inmediatamente recordé la muerte del burro. Este es el secreto de nuestro éxito.
Aunque en esta historia la paciencia es fruto del miedo, aun así es elocuente. Cogeremos un diamante aunque lo encontremos en el estiércol. No lo vamos a rechazar por eso. Su valor es incalculable, al igual que la paciencia, cuyo valor es también incalculable.
En estos tiempos, cuando hablamos sale de nuestra boca fuego y humo. De la misma manera que Agni da calor y luz, cada una de nuestras palabras debería inspirar e iluminar a los demás, no contaminarles como el humo.
Una sola palabra nuestra debería poder transformar y alegrar a los demás. Deberíamos ser modelos y cada palabra ser convincente. Esto solo será posible si nuestras palabras reflejan humildad y dulzura.
Por desgracia, si hacemos un minucioso examen de nuestras palabras, no encontramos ningún rastro de humildad. Están llenas de ego, caracterizadas por la actitud: “Debería ser más que los demás”. Ignoramos esta gran verdad: que la grandeza de una persona radica en su humildad. Todos nuestros esfuerzos se concentran en ser “grandes” ante los demás. En realidad, sólo hacemos el ridículo.
Quisiera acabar el sat sang de hoy con una cita de Amma profundamente relacionada con la virtud de la paciencia, y es el perdón.
“Olvidemos siempre las faltas de los demás. Cuando la gente nos critica o nos acusa por algo que no hemos cometido, solemos reaccionar y enfadarnos. Limitémonos a perdonarlos. Dios nos está probando y también están probando a los que nos ofenden. Hijos míos, recordad que si perdonamos y olvidamos las faltas de los demás, Dios perdonará y olvidará las nuestras.”
No es fácil esto que Amma propone, perdonar no una ni dos veces ni tres veces, sino “siempre”, pero podemos estar seguros de una cosa: que este es el único camino que nos acerca verdaderamente a los brazos de Amma.
Ojalá que podamos ser como niños que aunque tropiecen cien veces, tienen la paciencia optimista de volver a levantarse. Ojalá que podamos reunir la paciencia necesaria para perdonar los errores y faltas de los demás. Y sobre todo, la paciencia con nosotros mismos no una ni dos ni tres veces, sino cien veces para que cada vez que nos desviemos, volvamos a recurrir a las enseñanzas de Amma para encontrar orientación. En verdad, las palabras de Amma son diamantes y perlas, son más valiosas que el oro. Amma es un tesoro con cuerpo humano, dispuesta a enriquecernos cuando nuestras decisiones erróneas empobrecen nuestra vida. Amma es la infinita paciencia. No deberíamos movernos jamás del agradecimiento sabiendo que Ella jamás desistirá de crearnos situaciones propicias para nuestro crecimiento. Jamás. Una vez he leído que el nombre que a Dios más agrada que le llamen, por encima de otros, es este: “El Servidor de los servidores”. Amma es un ejemplo perfecto y continuo de esto, siempre dispuesta a servirnos, siempre dispuesta a darnos lo que necesitamos. Que nuestro deseo sea servir a los demás con la misma paciencia y entusiasmo que vemos en Ella, y que hace que la amemos tanto como las abejas aman la miel, como el hombre rico ama sus tesoros.
Om Namah Shivaya