Un pájaro estaba posado en el mástil de un barco y quería ir hacía donde le llevara el barco, que se estaba moviendo muy despacio, así que después de un rato el pájaro pensó, “¿Por qué no vuelo hacia el norte para llegar a la orilla?” Entonces empezó a volar hacia el sur, pero al poco tiempo sus alas se agotaron, y volvió al mástil. Pasado un tiempo, volvió a impacientarse y voló hacia el este y nuevamente se agotó y volvió al barco, y de nuevo el impaciente pájaro voló hacia el oeste, pero volvió agotado. En unos cuantos días, el barco llegó a tierra y el pájaro se fue muy contento. Podía haber permanecido en el barco, en vez de volar por todos lados desperdiciando su energía. ¿Necesitaba volar? No. De la misma forma, los que dan vueltas de un lado para otro buscando a Dios, necesitan desarrollar paciencia y entrega.
Algunas personas han dicho a Amma, “Cuando estuve en otro lugar, me dijeron que la mente es la causa de todo sufrimiento y eso me gustó.” Sin embargo, Amma ha dicho muchas veces, “Hijos, hijas, la mente es la causa de todo sufrimiento.”
Había un hombre que le decía a su Guru que sentía mucho dolor.
El Maestro contestó, “Hijo mío, el dolor está en tu mente.”
El hombre estaba frustrado, “¡Eso es fácil de decir, Maestro! Soy yo el que está sufriendo.”
¡Al día siguiente, cuando el hombre vino a ver el Maestro, le vio agarrado a un árbol lleno de pinchos gritando: ¡Tengo tanto dolor, tanto dolor… tanto dolor!
El hombre estaba confundido y preguntó, Maestro, ¿qué hace? ¿Para qué se agarra al árbol?.
Y el Guru gritó, ¡Tengo tanto dolor… tanto dolor!
Y el discípulo gritó, “¡Maestro! Es usted el que está agarrado al árbol. ¡Suelte el árbol y se sentirá mejor! ¡Suéltelo y baje!
El Maestro soltó el árbol inmediatamente, bajó y dijo: ¡Dices que hago tonterías, llevo diciéndote lo mismo tantos años y no me haces caso!
Hijos míos, la mente es la causa de todo sufrimiento. Amma dice lo mismo, cuenta historias parecidas y este devoto ha oído esas historias miles de veces, pero cuando escuchó lo mismo en otro lugar, dijo, ¡Guau! Qué interesante.
¿De veras escucha las palabras de Amma? Eso es lo importante y es la forma de funcionar de la mente. Si esa persona hubiese prestado atención a lo que dice Amma, lo hubiera entendido. Todos los Maestros han dicho, “Aham Brahmasmi” (soy Brahman) y “Tat Twam Asi,” (Eres Eso). Después, los discípulos hacen un proceso de escucha, reflexión e internalización shravanam, mananam y nidhidyasanam , para llegar al fondo de estas enseñanzas.
Antiguamente, los discípulos tenían la paciencia necesaria para hacer este proceso, pero Amma sabe que hoy en día no somos pacientes, y tal como una gallina hace trocitos de un grano de maíz para alimentar a sus pollitos y tal como una llave pequeña puede abrir una caja de semillas grande, Amma intenta así explicar estas enseñanzas a través de ejemplos sencillos, porque es la única forma de que las personas las entiendan y asimilen. Hay que romper una roca en pedacitos, para usarla como grava. Hoy en día, las enseñanzas deben ser muy sencillas, para que los discípulos las entiendan y eso es lo que hace Amma.
Aun así, hay gente que seguirá dando vueltas y más vueltas. Para un buen discípulo, una sola palabra es suficiente, si escucha con atención y conciencia, ya que todo lo que necesita es meditar en esa palabra ya que hoy en día, los discípulos son como niños prematuros. Viven en medio de un supermercado. Si ponemos azúcar en la lengua de alguien, es difícil que no salive; no es fácil que el agua de la alcantarilla se convierta en agua potable y Amma sabe el estado de sus hijos. No importa lo que Amma haga, las personas siguen dando vueltas y más vueltas.
Érase una vez un chico que tenía prisa por ir a la escuela, pero sus pantalones nuevos eran demasiados largos y necesitaban un dobladillo, porque si se los ponía así, se arrastraban por el suelo, por eso le dijo a su madre, “Mama, me gustan estos pantalones y me gustaría ponérmelos hoy. ¿Me los podrías arreglar?” Y la madre contestó, Debo irme a trabajar ahora mismo, no tengo tiempo. El chico le preguntó a su padre, “Papa, ¿podrías acortarme los pantalones unos cuantos centímetros?” Y el padre también le dijo que tenía que irse a trabajar. Después preguntó a su hermana, pero ella le contestó que debía irse a la universidad. Finalmente, el chico preguntó a la criada y ella contestó, “Tengo que dar de comer a los animales, limpiar la casa y cocinar para todos, ¿dónde encuentro tiempo para coser?”
Al final, fue a la escuela con otros pantalones y cuando llegó a casa, más tarde, se dio cuenta que ¡sus pantalones nuevos parecían calzoncillos! ¿Qué había sucedido? Cuando su padre llegó de trabajar, cortó unos cuantos centímetros de los pantalones; cuando su madre llegó a casa, los cortó aún más; cuando su hermana regresó de la universidad, cortó otro trozo de los pantalones; al cabo de un rato, la criada acabó su faena y también cortó unos cuantos centímetros más, ¡después de tantos cortes, los pantalones parecían calzoncillos!
El chico quería arreglar los pantalones y finalmente se estropearon. De la misma forma, cuando empezamos a dar vueltas y más vueltas, no echamos raíces en ningún lugar y nos vamos de un sitio a otro. Por eso, para asimilar lo que sea, un discípulo necesita paciencia.