Amma recuerda una historia. Una vez un hombre fue a visitar a su amigo, a quién no veía desde hacía años. Mientras esperaba en el césped, contemplando la belleza de la mansión del amigo, cuando éste salió, tras intercambiar plácemes, el visitante preguntó: “¡Tu casa es preciosa! ¿Quién vive aquí contigo?”
“Vivo solo.”
“¿Completamente solo? ¿Es esta tu casa?”
“Sí.”
“¿Cómo lograste ahorrar bastante dinero para comprar esta casa tan grande, tan joven?”
“Mi hermano mayor es millonario. Él construyó esta casa para mí.”
Observando el silencio de su amigo, el anfitrión dijo: “Puedo adivinar lo que estás pensando. Desearías tener también un hermano millonario, ¿no es cierto?”
El hombre respondió: “No, estaba pensando que si yo fuera millonario, como tu hermano, también compraría una mansión como esta a mi hermano pequeño.”
Hijos, esa es la actitud que debemos tener, la de aprender a dar. Solo el que da, tiene derecho a recibir. Quien es generoso es bien recibido en todas partes. Lo que tomamos y experimentamos puede perderse en un momento, pero lo que hemos dado y compartido permanecerá con nosotros para siempre. El contento, la paz, la prosperidad.
Cuando perdemos el impulso de dar, pavimentamos el camino de la ruina para la sociedad. Incluso si no podemos educar hijos que solo quieran dar, al menos intentad inculcar en ellos tanto el deseo de dar como el de tomar. Solo así prevalecerá la armonía en el país y en el mundo.
Hijos, podemos carecer de recursos para ayudar económicamente a otros, pero sí podemos sonreírlos sinceramente y hablar con ellos placenteramente, ¿no? ¿Qué nos cuesta? Quien no sienta compasión por los demás, no puede considerarse un devoto. Debemos ser agradecidos. Estamos en deuda con el mundo y todas sus criaturas por criarnos y nutrirnos. Esta Tierra, esta naturaleza es nuestra madre. No olvidemos nunca nuestra deuda con nuestra madre.
No nos volvamos sordos ante nuestros hermanos dolientes pidiendo ayuda. Debemos hacer todo lo posible por ayudarlos y consolarlos. Lo que determina el valor de nuestra vida no es lo que hemos ganado sino lo que hemos dado. Si hemos dado a una persona un solo momento de consuelo, nuestra vida estará mucho más bendecida por ello.
La compasión es el primer paso de la espiritualidad. La gente compasiva no necesita ir a ninguna parte en busca de Dios. Él vendrá dondequiera estén los compasivos, porque el corazón amable es su morada favorita.
La autora es una líder espiritual y humanitaria reconocida mundialmente.