AMOR ESPIRITUAL Y AMOR MUNDANO

SINTESIS SATSANG 26.05.2018

AMOR ESPIRITUAL Y AMOR MUNDANO

¡Despertad hijos! Vol. IV

 

Pregunta un devoto: “Amma, ¿cuál es la diferencia entre el amor espiritual y el amor mundano?”

“Hijo, el amor es amor, pero la intensidad y la profundidad son distintas. El amor espiritual es tan profundo como un pozo sin fondo. No se puede medir su profundidad ni su amplitud. El amor espiritual no tiene límites, mientras que el amor mundano es superficial y poco profundo. El espíritu del amor mundano no es constante. Su ritmo fluctúa, va y viene. Al principio, nos parece bello y nos llenamos de entusiasmo pero, poco a poco, pierde belleza y emoción y acaba siendo superficial. En la mayoría de los casos, suele terminar en disgustos, odio y en un profundo dolor.

                El amor espiritual es distinto. Al principio suele ser hermoso y tranquilo. Después, llega la agonía de la añoranza. A lo largo del periodo intermedio, continúa la agonía, que se hace más intensa e insoportable. A ello le sigue un agonizante dolor que dura hasta poco antes de que se produzca  la unión con el amado. Esta unidad es hermosa, incluso mucho más que al principio. La belleza y la paz de esta unidad en el amor duran por siempre. Un amor así no se agota ni disminuye nunca. Es constante, siempre vivo y, cada momento, se vive enamorado. El amor te traga, te devora por completo hasta que tu `yo´ desaparece y sólo hay amor. Todo tu ser se transforma en amor. El amor espiritual culmina en unidad. En ocasiones, una relación entre dos personas, si es pura, puede alcanzar esta unión. La Madre os va a contar una historia. “

                La Madre empezó a narrar una historia sobre el amor puro entre Manohari y Arun. “La hija de un rey llamado Shaktivarnam, Manohari, era una hermosa princesa llena de virtudes. Su madre, la reina, tenía muchos sirvientes. Una de ellas era una piadosa mujer llamada Arundhati, cuyo hijo se llamaba Arun. Desde la muerte de su esposo, Arun era su única compañía. Cuando llegó a palacio para servir a la reina, Arun la acompañaba.

                La princesa  Manohari y Arun se hicieron compañeros de juego.

               Como eran niños, nadie dio importancia al tiempo que pasaban jugando juntos. Transcurrieron los años y, a medida que crecían, continuaron siendo amigos íntimos. Se contaban lo que hacían y cómo se sentían. Cada vez que Arun se presentaba en palacio, Manohari se sentía ansiosa por contarle todo lo sucedido en su vida y en el palacio. `Queridísimo amigo, la reina ha ordenado construir para mí una hermosa cama con incrustaciones de piedras preciosas… esta túnica dorada que llevo ahora, me la regaló el rey… ¿sabes, pronto la reina va a hacer que construyan un hermoso jardín para mí? Nosotros jugaremos juntos en ese jardín´. Estas eran las cosas que le contaba. Arun siempre escuchaba entusiasmado las historias de la princesa y él, a su vez, hablaba sobre cómo su madre trabajaba duramente todos los días para poder criarlo. Manohari, que era un parangón de todas las buenas cualidades, sentía una gran compasión por la situación de Arun y su dura vida.

                El tiempo fue pasando y, cuando se hicieron jóvenes adultos, su relación se afianzó más que nunca. Una cadena irrompible de amor los unía. Un amor que no se quedaba en la superficie, pues era un amor muy profundo. Por eso, les resultó muy difícil estar lejos el uno del otro, ya que empezaron a sentir la angustia de la separación. Además, cada vez era más difícil verse con tanta libertad y asiduidad como antes, pues ya no eran niños, sino un hombre y una mujer jóvenes. Sin embargo, se las ingeniaron para encontrase en secreto y abrir sus corazones el uno al otro. En silencio, mirándose profundamente en los ojos del amado, se olvidaban del mundo exterior.

                Aun en la distancia, ambos estaban ausentes y no hacían más que pensar en el otro. No dejaban de imaginarse una y otra vez dónde estaría el amado o qué estaría haciendo. El terrible dolor de la separación ardía en sus corazones. Cuando se reunían y estaban juntos, su encuentro se convertía en una meditación. Se sentaban uno enfrente del otro, mirándose a los ojos. No había contacto físico y, sin embargo, experimentaban el calor y la profundidad del amor puro”

                La madre hizo una pausa y dio más detalles sobre el amor puro: “Hijos, donde hay amor puro, no hay deseo sexual. Donde está Rama, Ravana no puede desarrollarse. En otras palabras, donde hay un amor puro e inmaculado (Rama), no hay lujuria (Ravana). La Madre se acuerda ahora de otra historia.

                Después de raptar a Sita, la consorte sagrada de Rama, y de llevarla a Lanka, Ravana, el rey de los demonios, intentó por varios medios conquistar el corazón de Sita. Pero todos sus esfuerzos fueron vanos. Sita no dejaba de cantar el nombre de Rama y siempre estaba pensando en él. Su corazón era uno con el de su Señor.

                A pesar de que Ravana era malvado, su esposa era una mujer virtuosa y honesta. Dispuesta a complacer a su marido, le sugirió la forma de conquistar el corazón de Sita. `Escuch, mi Señor –le dijo-, tienes muchos poderes. Eres capaz de asumir la forma que desees. Toma la forma de Rama y acércate a Sita así. Sin lugar a dudas, ella será tuya.´

                Entonces, Ravana respondió: `En cuanto me convierta en Rama, ya no tendré Kama (deseo sexual). ¿Qué sentido tiene acercarse a Sita de esa manera?´

                El amor puro trasciende el cuerpo, pues es un amor entre corazones. No tiene nada que ver con el cuerpo.”

                La Madre siguió narrando la historia de Manohari y Arun: “Los dos amantes perdieron el interés por cualquier otra cosa. Manohari se pasaba las horas en su habitación, experimentando el terrible dolor de la separación. Arun vagaba de una lado a otro, atormentado por encontrarse lejos de su amada. La llama del amor los quemaba y consumía. Sus corazones ardían como una vela. El rey y la reina se percataron del cambio experimentado por su hija y se preguntaban qué le estaría ocurriendo. Así que encargaron a unos espías que descubrieran qué hacía y a quién veía.  No pasó mucho tiempo antes de que saliera a la luz toda la historia de la relación entre Manohari y Arun. Fue un escándalo en palacio.

                Inmediatamente, el rey exilió a Arun a una remota isla y dio órdenes a sus soldados para que lo matasen envenenando su comida y enterrándolo después. Los soldados así lo hicieron. Para evitar sospechas, no metieron a Arun en un ataúd, sino en una sencilla caja de madera donde lo enterraron a altas horas de la madrugada.”

                La Madre hizo una pausa en la historia, cerró los ojos y se sentó, absorta en su propio Ser. De vez en cuando, se reía feliz. Después de un rato abrió los ojos y, haciendo girar su mano derecha en el aire, cantó: “Shiva, Shiva. Shiva, Shiva”

                Estuvieron en silencio hasta que alguien le recordó la historia. La Madre continuó: “Bien, ¿dónde estábamos? Ah, sí. Los soldados enterraron a Arun en algún lugar de la isla. Dos ladrones, escondidos tras unos matorrales, observaban de cerca todo lo que estaba ocurriendo. En la oscuridad de la noche, no pudieron distinguir qué era lo que los soldados enterraban. Todo lo que habían visto era una gran caja que portaban sobre los hombros. Creyendo que era un tesoro, lo desenterraron nada más irse los soldados. Los ladrones estaban emocionados y felices, pues pensaban que Dios les había otorgado una gran fortuna. Todo su entusiasmo y alegría se vino abajo cuando, al abrir la caja, vieron que no se trataba de un tesoro enterrado, sino de un hombre.

                Al principio pensaron que era un cadáver, pero se dieron cuenta de que todavía estaba vivo al ver cómo su pecho se movía. Aunque inconsciente, Arun respiraba. Se apiadaron del hombre que había sido enterrado vivo, le rociaron la cara con agua y lo sacaron de la caja. Cuando Arun volvió en sí, le dieron agua. Nada más terminar de beber, Arun comenzó a vomitar. Y siguió vomitando hasta limpiarse de todo el veneno.

                Arun mró a su alrededor y se sorprendió de estar todavía vivo. Aunque los ladrones le hicieron muchísimas preguntas, él no contestó ninguna. No hablaba; simplemente, los miraba. Un sentimiento de compasión desconocido y misterioso por ese hombre se apoderó de los dos ladrones. Conmovidos por esa extraña compasión, no le hicieron más preguntas y lo dejaron marchar. Sintiéndose mejor físicamente, Arun empezó a caminar en la oscuridad, como alguien que hubiera sido transportado a otro mundo.

                EL rey había mantenido en secreto sus órdenes de exiliar y ejecutar a Arun. Los soldados y la reina habían jurado no decir nada. Aunque Manohari desconocía la suerte de Arun, en cuanto él desapareció, ella se sintió inquieta y experimentó un agudo y terrible dolor en su interior. Este dolor alcanzó su punto álgido en el momento en que Arun fue enterrado vivo y su sufrimiento se convirtió en una profunda agonía. No recibía noticias de Arun y ya había pasado mucho tiempo desde que se habían visto por última vez, mucho tiempo desde que los dos amantes habían estado juntos.

                Cada día estaba más delgada y languidecía de dolor. Dejó de comer y dormir, y sólo pensaba en su amado. La familia real se preocupó mucho. La salud  de la princesa se deterioró con rapidez hasta que, al final, quedó postrada en cama. Fueron llamados eminentes médicos que probaron, en vano, varias medicinas y tratamientos. Nada le devolvía la salud a Manohari. Tenía la cara pálida y demacrada, y nunca cerraba los ojos. A pesar de su profundo dolor, en su rostro se reflejaba todo su amor y deseo por estar junto a su amado.

                De manera misteriosa, aparecieron en su cuerpo extrañas heridas, hematomas y cortes. Nadie lo podía explicar, pues en su habitación no había ningún objeto peligroso. Los médicos estaban verdaderamente confundidos. A veces, se caía de la cama, como si alguien la hubiera tirado. Otras, la encontraban a gatas encima de la cama. En ocasiones murmuraba extraños sonidos que parecían no querer decir nada. Sin embargo, a pesar de estos sucesos inexplicables e inquietantes, también había veces en las que estaba serena y en paz. Mantenía el porte de la princesa que en realidad era, y todo parecía estar en orden, con la excepción de que no decía nada, ni se percataba de la presencia de las personas que iban a su habitación. Nadie podía imaginarse qué significaba todo aquello y continuó siendo un misterio para los habitantes de palacio.

                Mientras tanto, Arun estaba solo, sin nadie a quien poder abrir su corazón. Vagó por colinas y llanuras, cruzó ríos y bosques en pos de su amada Manoharu. A veces, tenía arrebatos de locura y su aspecto exterior era el de un hombre trastornado, con el  pelo largo y enmarañado, igual que su barba. Estaba tan delgado y demacrado que parecía un esqueleto. Los ojo, hundidos en sus cuencas, todavía reflejaban el fuego del amor. No comía ni dormía y el nombre de su amada Manohari afloraba sin cesar en sus labios. Aunque parecía que se había escapado de un manicomio, tenía algo especial. Los habitantes de la isla se acostumbraron a él y a sus rarezas, y empezaron a sentir un gran cariño por él.

                A medida que pasaban los días, el amor de Arun se hizo más intenso. A veces gritaba el nombre de Manohari. Incluso empezó a preguntar a las personas con las que se encontraba: “¿Dónde está mi amada? ¿La habéis visto?” Como pasaba la mayor parte del tiempo en el bosque, también preguntaba a los animales, pájaros, árboles, plantas, arbustos e incluso a los granos de arena si habían visto a su amada.”

                De nuevo, la Madre entró en un estado de embriaguez. Cerró los ojos y las lágrimas corrieron por sus mejillas. La manera en la que la Madre contaba la historia era tan conmovedora, que todos los que la escuchaban también lloraron. Cuando la Madre menciona algo sobre el Amor Puro, se ve transportada a otro mundo. El amor es su Verdadera Naturaleza; por ello, hablar sobre el amor debe de suponer una prueba para la Madre, pues tiene que mantener su mente en un nivel de conciencia más bajo.

                Después de un rato, la Madre volvió al plano normal de conciencia y prosiguió con el relato: “El ardiente amor de Arun por Manohari prevaleció hasta tal punto que incluso los feroces animales salvajes se tornaban mansos ante él. Los leones y tigres se hicieron sus amigos. El amor los había domado de tal manera que se recostaban pacíficamente al lado de los ciervos y conejos. Sentían su tristeza y también lloraban cuando él lo hacía. Se unían a él cuando bailaba extasiado por la dicha del amor. Después, cuando el dolor atroz de la separación lo golpeaba, caía inconsciente.

                A veces, cuando se caía o tropezaba, se hería con alguna piedra afilada o una rama, o chocaba contra un árbol. Ya lloviera o luciera el sol, siempre estaba al aire libre, ajeno por completo al estado de su cuerpo. Los dos amantes estaban tan compenetrados, que todo lo que le ocurría a Arun se manifestaba en el cuerpo de su amada. Ese era el misterio que se escondía tras las heridas, moratones y cortes que aparecían en el cuerpo de Manohari.

                La princesa no salía de la cama y había entrado en coma. Su cuerpo se iba consumiendo. Yacía como un cadáver. A veces, sus labios se movían ligeramente y, si alguien prestaba mucha atención y escuchaba con cuidado, podía oír cómo decía: `Arun… Arun… Arun…´ Salvo en estas ocasiones, apenas respiraba. Sus padres estaban sumidos en un profundo dolor y ya no tenían esperanzas de que se recuperase su hija. Los sirvientes de la princesa, que sentían un gran amor por ella, se lamentaban alrededor de su cama. Todo el reino estaba sumido en la melancolía. Hasta los campos dejaron de dar una buena cosecha.

                En estas circunstancias, un día apareció en el palacio un hombre santo. Un aura de serenidad y profunda paz lo rodeaba. Al ver la aflicción del rey y la reina, que tanto sufrían por la extraña enfermedad de su hija, pidió ver a Manohari. Entró en la habitación de la princesa y vio a la muchacha en coma. Observó en silencio su lamentable estado, se sentó y se dispuso a meditar. Cuando abrió los ojos, llamó al rey y a la reina y les dijo: `Hay un modo de salvar a vuestra hija, pero…´ En ese momento se detuvo.

                El rey suplicó inmediatamente; `Oh, Venerable, dinos el remedio. Sea lo que sea, haremos todo lo que esté en nuestras manos. Por favor, dinos qué es.´

                El santo les contestó: `Vuestra hija ama profundamente a un hombre. Sólo él puede salvarla. No existe otra manera. De otra forma, pronto morirá. Haz venir al hombre aquí y deja que toque a la princesa. Él le devolverá la vida.´

                El rey, aturdido, cayó a los pies del santo. Le confesó toda la historia sobre cómo había exiliado a Arun a una isla remota y había ordenado a sus soldados que lo envenenaran y enterraran. El remordimiento  golpeó la conciencia del rey, que empezó a llorar arrepentido, a los pies del santo.

                Valorando lo que acababa de escuchar, el santo volvió a meditar. Después de hacerlo, sonrió y le aseguró al rey: `No se preocupe. El muchacho todavía está vivo y en la misma isla donde fue exiliado´. Antes de salir de la habitación, acarició con suavidad y afecto a la princesa, como transmitiéndole la idea de que pronto se pondría bien.”

                Amma hizo otra pausa. Es este corto intervalo de tiempo, uno de los brahmacharis nuevos estuvo a punto de hacer una pregunta, pero se contuvo al recordar que no era apropiado interrumpir cuando el Gurú estaba hablando. La Madre se dio cuenta de ello e instó: “Hijo, vamos, no dudes. ¿Qué querías preguntar?”

                “Amma”, dijo, “dijiste que Arun preguntó incluso a los animales y pájaros sobre su amada Manohari. Esto no tiene sentido para mí. Hay que estar loco para hacerlo.”

                Amma respondió: “Tienes razón, hijo. Estaba loco. Loco de amor. Cuando una persona está loca de amor, no ve objetos con sus diversas formas. Sólo ve a su amada en todo lo que contempla. Todos los objetos palpitan de vida. No mira más que en una dirección. Está alerta y consciente. Su mente sólo fluye hacia un objeto, su amada. El resto deja de existir en este tipo de locura.

                En un estado normal de locura mental, la persona pierde la concentración. La mente y el mundo se convierten en una  confusión infernal. Pero, en el estado de locura que surge del amor puro, no se mira más que en una dirección. Todo el ser, cada poro del cuerpo se concentra por completo en un solo punto. En este caso, la locura es divina y divinamente purificadora.

                Hijos, ¿qué hicieron las Gopis de Brindavan? Ellas también encontraron mensajeros en los objetos, ya fueran animados o inanimados. El dolor que experimentan al estar separadas de krishna era tan insoportable que incluso pensaron que una abeja podía ser un buen mensajero  capaz de interceder por ellas ante el Señor Krishna. El mensaje de una de las Gopis fue: ` ¡Oh, abeja, ruega a mi Señor que se ponga la guirnalda de mi adoración´. Otra Gopi dijo: `Dile a mi amado que venga a iluminar la oscuridad de mi corazón´. El mensaje de Radha fue: `Suplica a mi amado Señor que haga brotar verde hierba en las arenas desérticas del corazón de Radha para que sus pies puedan caminar sobre ella, ligeros y suaves.´

                ¿Qué hizo Rama cuando Ravana raptó a Sita? Él también preguntó a los árboles, plantas, pájaros y animales sobre su amada. Pero terminemos ya la historia.

                La Madre continuó: “El rey envió inmediatamente un destacamento de soldados a la isla para buscar a Arun. Los que lo habían enterrado condujeron a los demás hasta el lugar donde dejaron la caja. Cavaron en ese punto pero no encontraron nada.  No encontraron ni rastro de que algo hubiera estado enterrado allí y, por supuesto, ni rastro de un cuerpo. Los soldados se dividieron en pequeños grupos encargados  de rastrear el terreno en busca de Arun. Allá donde iban, preguntaban a los habitantes si habían visto al joven. Al cabo de un tiempo oyeron hablar de un vagabundo local y algo especial.

                Continuaron con la búsqueda y, al final, llegaron al bosque en el que vivía Arun. Se quedaron atónitos cuando vieron a un hombre bailando, cantando, riendo y llorando entre leones, tigres, ciervos, ardillas, pájaros y otros animales del bosque. Los animales estaban muy tranquilos, con una actitud amistosa, y ninguno atacó a los soldados ni salieron huyendo  de miedo ante ellos. Los soldados querían saber si ese extraño hombre era en realidad Arun. En verdad, no creían que pudiera ser la misma persona que solían ver en palacio. ¿Cómo podían descubrirlo? Finalmente, alguien tuvo una gran idea. La mejor manera de saber si se trataba de Arun era repetir en alto el nombre de la princesa para que él lo escuchara. Así que un hombre se acercó a aquel loco y gritó: “Manohari… Manohari… Manohari…”.

                Al escuchar este maravilloso sonido, Arun sintió que un néctar de ambrosía inundaba  su corazón. Se giró y caminó en dirección a las voces. Sus ojos se llenaron de amor mientras corría tras el nombre de su amada hasta que cayó  en el lugar donde estaban los soldados. Ahora, no tenían ninguna duda de que se trataba de Arun. Lo subieron a hombros y emprendieron la marcha. Los pájaros y animales contemplaron la escena en silencio y lloraron al ver cómo se llevaban a su querido amigo y alma gemela.

                Condujeron a Arun hasta el reino. Cuando se acercó al lecho de Manohari, todo su ser resplandecía. Su mera presencia insufló vida y energía al cuerpo de la princesa. La tocó y, como saliendo de un profundo sueño, se despertó suavemente. Creyó que estaba en trance y que podía ver a su amado. Se sonrieron  y sus ojos bebían en profundas corrientes de amor. Era como si nunca se hubieran separado y, en cierto modo, nunca lo habían hecho.

                El rey y la reina se sentían alegres y agradecidos  porque su hija había vuelto a la vida. Con una gran sonrisa, los sirvientes de la corte se apresuraron a contar a todos  que la princesa se había despertado y estaba bien. Pero no era la vida de la corte lo que los amantes deseaban. No querían nada del mundo. Sus corazones se habían unido mucho antes del exilio y su mundo era el del amor. Los dos eligieron vivir una vida espiritual. Renunciaron al mundo para hacerse sannyasins y sus corazones permanecieron por siempre unidos.”

                Así terminó la Madre la historia de los dos amantes, Manohari y Arun. Era un cuento maravilloso que había conmovido los corazones de todos los que escuchaban en profundo silencio. Emocionados y sin hacer el más mínimo movimiento, observaban a la Madre. En su corazón, cada devoto sentía que estaba ante la encarnación del mismísimo Amor. A veces, tenían la sensación de que si la miraban fijamente, detectarían el secreto de lo que andaban buscando; pero, por supuesto, siempre se les escapaba. Uno de los brahmacharis aprovechó para preguntarle: “Amma, ¿cuál es la conclusión?”

                “Hijos –respondió Amma- ya se trate de amor espiritual o de amor mundano, el amor siempre es amor. La única diferencia está en la profundidad e intensidad. Aunque el amor tenga un toque mundano al principio, puede alcanzar el punto más alto de pureza si es unidireccional y desinteresado. El amor puro no tiene nada que ver con el cuerpo. El amor une el alma del amante con la del amado. Pero como la Madre dijo antes, el amor puro supone un enorme grado de auto sacrificio. En ciertas ocasiones, puede provocar un intenso dolor, pero siempre culmina en la eterna felicidad.

                >>En este estado final de unidad, aunque los amantes conserven sus cuerpos y existan como dos cuerpos, en la profundidad de su amor, son un único ser. Son como las dos orillas de un río, distintas desde fuera; pero, en lo más hondo, son una, pues están unidas en su profundidad. Lo mismo ocurre con los amantes auténticos. Aunque desde fuera  parece que son dos personas, en lo más profundo son uno, unidos en el amor.

                >>Hijos -prosiguió Amma- el amor puede conseguir cualquier cosa, lo puede conseguir todo. Puede curar enfermedades, cicatrizar las heridas del corazón y transformar la mente humana. Con amor podéis superar cualquier obstáculo. El amor nos puede ayudar a eliminar la tensión física, menta e intelectual y, de esta manera, conseguir paz y felicidad. El amor es la ambrosía que añade belleza y encanto a la vida. El amor puede crear otro mundo en el que sois inmortales.

                El amor puro es la mejor medicina para el mundo moderno. Es lo que falta en todas las sociedades. La causa principal de cualquier problema, tanto personal como global, es la falta de amor. El amor es el lazo de unión. El amor crea el sentimiento de unidad entre las personas. Une a un país y a sus habitantes. El amor crea un sentimiento de unidad, mientras que el odio divide. El egoísmo y el odio hacen añicos la mente. El amor debería prevalecer por encima de todo. No hay ningún problema que el amor no pueda resolver.”

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