“Sí, hijo, es rojo”.
Viendo el césped verde ante él, el joven preguntó. “Papá, esto es césped? ¿Es de color verde?”
“Sí, hijo, es césped y es de color verde.”
De este modo, padre e hijo continuaron señalando varias cosas y hablando en voz alta con entusiasmo.
Un hombre que buscaba paz y quietud estaba sentado en un banco de parque. Enrabietado por la interrupción dijo al padre. “Gente como yo venimos aquí esperando gozar de un poco de paz mental pero como usted y su hijo hablan a voces he perdido cualquier paz que pudiera tener. No importa lo que ese chico retrasado mental diga, usted sigue diciendo, sí, hijo, sí, hijo. Pero eso no va a mejorarle”
Al oír esto, padre e hijo permanecieron un rato en silencio. Luego, recuperando su compostura, dijo el padre. “Perdónenos. Mi hijo no es retrasado sino que nació ciego. Hace dos días, le operaron para devolverle la visión. Cuando le quitaron las vendas quise traerle a un lugar donde pudiera ver cosas bonitas. Por eso vinimos aquí.”
“Fascinado por la belleza de este jardín que él veía por primera vez me hizo muchas preguntas entusiasmadamente y yo le respondí con entusiasmo olvidando todo lo demás. Cuando encontramos un tesoro sentimos alegría. En ese júbilo nos olvidamos de nuestro entorno. Eso nos ha pasado. Por favor, perdónenos.”.
Al oir esto, el hombre sintió remordimiento. Pidió perdón por haber hablado tan bruscamente. Ese día tomó un voto: “De aquí en adelante nunca juzgaré a nadie prematuramente ni me enfadaré con él o ella.”
Cuando se dio cuenta de que su ira había sido causada por un malentendido y prejuicio, esta se tornó en amor y compasión. Si con paciencia podemos medir situaciones podremos despertar definitivamente el amor y la compasión en nuestros corazones.
Tenemos que construir un puente de compasión. Tenemos que cultivar una actitud que aprecie la unicidad esencial de todos los seres. Aunque veamos mil soles reflejados en mil recipientes de agua, solo hay un sol. Cuando vemos la conciencia dentro de todos nosotros como una, desarrollaremos una actitud que considere las necesidades de los otros antes que nuestros propios deseos.
Recordad, tomos tenemos algo que dar. Una sonrisa no cuesta ni un céntimo, sin embargo con demasiada frecuencia olvidamos dar incluso esto a otros. No perdemos nada mirando a la gente con amor y afecto. Incluso nuestros actos más insignificantes pueden ayudar a otros. Ojalá que el círculo de amor dentro de cada uno se expanda y gradualmente llegue a abrazar a toda la creación.
La autora es una líder espiritual y humanitaria reconocida mundialmente.