Amor y Compasión

SATSANG  11.11.2017

Enseñanzas de Amma, compartidas por Luis

Amor y Compasión

Me gustaría compartir con todos vosotros una historia que narra uno de los devotos de Amma, durante los primeros tiempos del ashram. Es un satsang de Amma sobre el Amor y la Compasión Divinas.

Era casi mediodía, Amma estaba sentada en la cabaña del brahmachari Nealu pelando raíces de tapioca. Esta cabaña fue la primera que se construyó en el ashram y en ella vivió Amma  durante casi 2 años. En aquél tiempo, parte de la cabaña se utilizaba como almacén y cocina y allí se preparaban las comidas  para Amma y el primer grupo de brahmacharis.

Entrada ya la mañana, Amma regresó de casa de unos vecinos devotos con unas raíces de tapioca en las manos. Mostrándoselas a todos, Amma dijo con la inocencia de un niño: “Amma las ha arrancado con sus propias manos, ahora las guisará y cuando estén cocidas Amma se las dará a sus niños”.

Amma insistió en pelarlas y guisarlas Ella misma. Mientras pelaba y preparaba las raíces de tapioca uno de los brahmacharis preguntó: “Amma, ¿el amor y la compasión son lo mismo o son cosas distintas?”.

“Cuando el amor se convierte en Amor Divino, la compasión llena también el corazón. El Amor es el sentimiento interior y la compasión es su expresión. En la compasión se expresa el interés, de todo corazón, que sientes por alguien, por un ser humano que sufre. Así que amor y compasión son dos caras de una misma moneda; las dos coexisten.

Existen el amor y el Amor. Tú amas a tu familia, a tu padre, a tu madre, hermano, hermana, marido, esposa, etc. Pero no amas a tu vecino. Amas a tus hijos pero no amas a todos los niños. Amas a tu padre y a tu madre, pero no amas a todo el mundo como les amas a ellos. Amas a tu religión pero no a todas las religiones. Igualmente, amas a tu país pero no amas a todos los países. Por lo tanto, eso no es Amor, es sólo amor. Lograr la transformación de amor en Amor es el fin de la espiritualidad. En la plenitud del Amor florece la hermosa, la fragante flor de la compasión.

El amor con minúsculas es limitado, su mundo es un pequeño mundo que contiene sólo a unas cuantas personas y a  unas cuantas cosas; es estrecho y cambiante. En ese pequeño mundo no hay grandes elevaciones; lo que aparentemente son cumbres no son, en realidad, picos muy altos; sólo se elevan un poco sobre el nivel del suelo, sólo un poco. Dentro de nada, esas pequeñas elevaciones  se habrán convertido en terreno llano. En el amor hay altibajos; en su momento los “altos” desaparecerán y sólo habrá “bajos”. Este cambiante amor sólo puede transformarse en amor permanente si el sentimiento de “yo” y “mío” desaparecen.

Mientras exista el sentimiento de “yo” habrá otro de “tú”, y así el amor será siempre personal, se da entre dos personas: para amar hay que ser dos. El amor se hace impersonal sólo cuando los dos desaparecen. En este estado de Unidad hay un constante flujo de amor. A partir de este punto el Amor comienza a fluir de su auténtica fuente y en su fluir no piensa en lo que hay en el otro extremo. Nada obstruye el flujo del Amor: es como el fluir de un río que no puede hacer otra cosa más que fluir. El río no piensa en el otro extremo, en el océano, pero la unión del uno con el otro sucede naturalmente en el curso de su fluir. No hay cálculos de ningún tipo en esta unión. Igualmente, cuando el Sol brilla, brilla simplemente, no piensan en lo que sus rayos van a encontrar en el otro extremo, en la Tierra. El encuentro tiene lugar, simplemente.

De igual forma, cuando los obstáculos (el “ego”, el miedo, el sentimiento de “el otro”) desaparecen uno no puede ser más que amor. No se espera nada a cambio, no importa si se recibe o no algo a cambio; sólo se fluye. Cualquiera que vaya al río, será bañado por él, tanto si la persona está sana como si está enferma, tanto si es un hombre como si es una mujer, tanto si es rico como si es pobre. Cualquiera podrá sumergirse en él cuantas veces quiera. Al río de Amor no le importa que alguien se bañe o deje de bañarse en él. No importa si alguien critica o insulta al río de Amor, él sigue fluyendo. Cuando el constante flujo de Amor se desborda y se expresa a través de cada palabra y cada acción, lo llamamos compasión.

Compasión es la conciencia expresada a través de vuestras acciones  y vuestras palabras. Compasión es el arte de no herir. La compasión no puede herir a nadie, porque compasión es conciencia manifestada. La Conciencia no puede herir a nadie, igual que el cielo no puede herir o el espacio no puede herir. La manifestación de la conciencia, la compasión, no puede herir a nadie. Aquél que tiene compasión sólo puede ser compasivo.

La compasión no ve las faltas de los otros, no ve las debilidades de la gente. No hace distinción entre gente buena y mala. La compasión no puede dibujar una línea entre dos países, dos fes o dos religiones. La compasión no tiene ego, por lo tanto no hay miedo, codicia o pasión. La compasión simplemente perdona y olvida. La compasión es como un pasillo, todo puede pasar por ella, nada permanece allí. La compasión es el amor expresado en toda su plenitud.”

     Alguien preguntó: “Eso es lo que hace a un verdadero maestro espiritual, ¿no es cierto?”

“Sí”, respondió Amma, “un verdadero maestro espiritual  es ambas cosas: Amor y Compasión en toda su plenitud. A veces su amor se expresa como disciplina. Normalmente se experimenta un cierto dolor cuando se está siendo disciplinado, pero la compasión del Gurú no libra de ello. Cuando se corrige o se riñe  a alguien, se hiere a su ego, se machaca su individualidad; esto es lo que menos le gusta a la gente. No quieren que se les llame la atención o se les corrija aun si están equivocados, por lo que la corrección entraña dolor. Tanto si es el padre el que disciplina al hijo, la madre a la hija o el profesor al estudiante, el dolor es inevitable; el segundo se sentirá herido por el primero y en muchos casos reaccionará. En muchas ocasiones, aun sintiéndose herido no expresará su reacción. Es posible que obedezca, pero al mismo tiempo se sentirá muy disgustado interiormente. Habrá gran dolor en su interior; puede que quiera protestar pero por temor no hará nada. Es posible que esa situación se repita una y otra vez, y que sus heridos sentimientos, junto con la ira y el odio se vayan acumulando en su mente. Llegado cierto punto, toda esta acumulación de sentimientos negativos explotará. Es una lástima que esto ocurra en el proceso ordinario cuando se está intentando disciplinar a otra persona, aun cuando ello sea como consecuencia del amor. Aunque este disciplinar nazca del amor del padre o de la madre, a veces el dolor permanece allí sin curar.

Por otro lado, en la relación Maestro-discípulo, no hay sentimientos heridos en la mente del discípulo. La razón es que el discípulo acepta las correcciones  y reprimendas del Maestro con una actitud positiva; se rinde completamente al Gurú; sabe que todo lo que el Gurú hace es por su bien. Pero el factor más importante es la compasión del Gurú, la cual tiene un tremendo poder curativo. Todo el dolor, el odio y otras actitudes negativas serán curadas por la compasión del Gurú. Puede que en ocasiones el discípulo se sienta herido, que se enfade con el Gurú cuando este le riñe o le corrige, pero la compasión desbordante del Gurú curará esa herida, ayudando al discípulo a ser positivo. La compasión del Gurú disculpará el enfado del discípulo, la compasión del Gurú todo lo perdona. La Suprema Compasión del Gurú envuelve al discípulo completamente y suaviza todos los sentimientos negativos.

Este efecto calmante de la compasión del Gurú ayuda al discípulo a sentirse relajado, así es capaz de recibir y absorber las correcciones del Gurú con actitud positiva. La compasión hace que el discípulo sienta que es una parte del Gurú, que él es el Gurú mismo, que el Gurú le ama inmensamente y que lo hace todo por su más alto bien. Sintiendo la compasión del Gurú y observando su renunciación y generosidad, el discípulo comprende que el Gurú no puede, en absoluto, ser egoísta. Así el discípulo no acumula ningún sentimiento negativo, aunque sienta dolor o se enfade de vez en cuando. Así el Gurú puede corregirle sin que ningún rastro de las reacciones del discípulo quede en su interior. El padre o la madre no pueden eliminar los restos de las reacciones de la mente de su hijo o hija porque ellos no tienen compasión, porque el Amor no ha florecido completamente en ellos. Son egoístas en sus palabras y en sus actos, y por ello aplican la disciplina a la fuerza en sus hijos; la mayoría de las veces imponen sus ideas a sus hijos ignorando sus sentimientos. En cambio, el Gurú no puede imponer la disciplina en sus discípulos porque él no es una persona, él no es el cuerpo, él no es el ego. Él es la conciencia.

Después de haber castigado o reprendido a un hijo por sus errores, los padres pueden llamarle y tratarlo con mucho cariño, pero el pensamiento de que le han reñido y obligado a obedecer permanece en su mente. En realidad los padres hacen lo siguiente: fuerzan a sus hijos a hacer las cosas de cierta forma en lugar de ser un ejemplo para ellos; no puede ser de otra forma, ya que son individuos limitados que actúan desde sus egos. Cuando actúan desde el ego no pueden hacer otra cosa más que tratar de imponer su voluntad en los otros, aunque lo hagan en nombre del amor. En nombre del amor imponen sus egos a sus hijos; el hijo lo siente y, aunque después lo traten con cariño y afecto, los heridos sentimientos del niño permanecen intactos. El disgusto y la ira permanecen.

En la relación Gurú-discípulo, en cambio es diferente, no hay forzamiento; la sed interna que el discípulo siente por ir más allá de las limitaciones de su ego, junto con el desinteresado Amor y Compasiva guía del Maestreo, ayuda a que su discípulo deje de almacenar ira en su interior.

Cuando uno vive en el amor, cuando todo el propio ser se transforma en Amor, uno se hace compasivo. El Amor llena el corazón y rebosa en forma de compasión. En ese estado en que la mente y los pensamientos han sido consumidos por el fuego del Supremo Amor, cuando la mente del buscador se convierte en algo semejante al espacio, lo que le hace descender es la compasión. Amor y compasión son básicamente lo mismo; son dos caras de una misma moneda”.

“La grandeza de nuestros antiguos santos es indescriptible. Sin su compasión el mundo actual sería un infierno. Es su compasión y renunciación lo que lo sostiene. Todas las acciones incorrectas llevadas a cabo por el egoísmo de la gente son compensadas por las acciones amorosas y compasivas efectuadas por seres espirituales, que son los únicos verdaderos benefactores del mundo. Su compasión supera nuestra comprensión; fluye incluso hacia aquéllos que intentan destruirlos. Amma os va a contar una historia. Una vez un rey llevó al príncipe, su único hijo, a la ermita de un gran santo. Allí le iba a ser infundido el conocimiento de los Vedas y de los textos de otras Escrituras. Ese era el tipo de educación que existía en aquellos días. Tanto si se trataba de un príncipe como de una persona corriente, los jóvenes debían pasar varios años de educación y disciplina bajo la guía de un Maestro. Durante este período de tiempo los estudiantes debían permanecer con el Maestro sin tener ningún contacto con sus padres o familia.

Cuando el rey y su hijo llegaron a la ermita, todo estaba en silencio; parecía que allí no había nadie. Mirando por los alrededores encontraron finalmente al santo sentado bajo un árbol. Estaba en profundo samadhi, totalmente absorto en el más absoluto olvido de todo lo que le rodeaba. Cuando finalmente el santo salió de su meditación, se postró inmediatamente ante el rey y le ofreció asiento.

Al rey, sin embargo, no le pareció que estuviese siendo tratado de la forma adecuada, teniendo en cuenta, sobre todo, que había tenido que andar por los alrededores en busca del santo y esperar a que saliese de la meditación. En lo más profundo sentía que había sido herida la imagen que de sí mismo se había forjado. Estaba acostumbrado a que le esperasen, no a tener que esperar a los demás, y eso era algo que no podía tolerar. Sintió como humillante que él tuviese que esperar a los otros. Después de todo, él era el rey y había que estar siempre dispuesto a servirle. Su ego estaba herido y comenzó a hervir de indignación. Lanzó al santo una fulminante mirada mientras trataba de contener la rabia que crecía en su interior.

“Su real Majestad”, dijo el santo educadamente, “¿puedo conocer el motivo de vuestra visita?” Llegado este punto, la furia del rey explotó: “¿Acaso intentas burlarte de mí? ¿Después de recibirme de esta manera me preguntas cuál es el motivo de mi visita? ¿Dónde están los residentes de este ashram? ¿Dónde está tus discípulos?”, y añadió sarcásticamente: “¿Puedo también tener su Darshan?”

El santo se excusó por no haber dado al rey un adecuado recibimiento; le explicó que desde que el ashram era una escuela de disciplina a los estudiantes se les enseñaba a seguir estrictamente la rutina de su horario de estudio, trabajo, realización de ritos y shadana. “Yo mismo me encontraba en meditación”, añadió el santo.

Con esta aclaración el rey rugió, furioso: “¿Tratas también de insultarme?” Viendo que sus palabras no hacían más que provocar la ira del rey, el santo dejó de hablar, se sentó tranquilamente y permaneció en silencio.

Furioso como estaba, el rey consiguió controlar su rabia al tiempo que recordaba el motivo de su visita. Recordó que había ido a llevar a su hijo allí para que el santo lo educase. Aunque estaba enfadado porque su ego había sido herido, el rey controló su temperamento. No deseaba que el príncipe perdiera la ocasión de recibir una educación de 1ª clase bajo la guía de un maestro que tenía la más alta reputación del país gracias a su sabiduría y conocimiento. Por eso, cambió rápidamente de talante y haciendo gala de humildad se excusó por su exabrupto emocional y rogó al gran maestro que aceptase a su hijo como discípulo.

El santo que era la encarnación de la paciencia y la misericordia, aceptó rápidamente al príncipe como sishya. Cuando se hubieron puesto de acuerdo, el rey se alejó del santo con el rostro sonriente pero con el ego vapuleado.

El príncipe era un estudiante brillante y un brillante discípulo. Su obediencia, disciplina y devoción al Gurú le llevaron a ser el favorito del santo. Transcurrieron 12 largos años durante los cuales el santo le enseñó todo lo que sabía. El príncipe se convirtió no sólo en un verdadero maestro en conocimiento de las Escrituras, sino también en el uso de todas las armas. Aunque ahora era un hermoso muchacho, el príncipe era humilde y continuaba siendo un devoto discípulo del gran santo.

Al fin, la educación del príncipe había acabado y llegó el día de abandonar a su amado y reverenciado Gurú. Con dolor en el corazón y con los ojos llenos de lágrimas el príncipe se presentó ante el Maestro y con humildad y gratitud le habló así: “Oh tú, que eres santo, mi querido Maestro, yo te pertenezco. Todo lo que tengo te pertenece, no soy nada ante tu gloria, ¿cómo podría pagarte por todo tu amor y compasión? Este humilde siervo espera tus palabras, ¿qué puedo ofrecerte como gurudakshina?”

El santo acarició cariñosamente a su querido discípulo. Lágrimas de alegría rodaban por sus mejillas mientras decía: “Deja que sea algo concreto, oh, Venerable, aun mi vida misma estoy dispuesto a dejarla a tus santos pies.” Abrazando a su querido estudiante el santo le dijo que en aquél momento no deseaba nada pero que se lo pediría llegado el momento. Con el permiso y las bendiciones del santo, el príncipe regresó al reino para vivir con sus padres, el rey y la reina.

El rencoroso rey había estado esperando el día en que su hijo regresase tras haber finalizado sus estudios. No había transcurrido ni tan solo un día desde que el príncipe había regresado, cuando el rey, cuya mente estaba distorsionada por el deseo de vengarse de la humillación que su ego había sufrido, envió a sus soldados para que prendiesen fuego a la ermita del santo. Tanto este como los eremitas fueron severamente torturados por los soldados y abandonados después en el bosque sin comida, ropa ni cobijo. Cuando los soldados le informaron de lo bien que había cumplido su encargo, el cruel y egoísta rey se sintió feliz al pensar que había dado una buena lección al santo. A los pocos días del incidente, el rey anunció que pronto se retiraría y que su hijo sería coronado. Antes de su coronación y de entrar en esa nueva etapa de su vida, el príncipe deseaba recibir el permiso  y la bendición de su amado Maestro. Montando un corcel cabalgó hasta la ermita, ignorando totalmente la cruel acción de su padre. Al desmontar de su caballo, el príncipe creyó que se había equivocado de camino y que había llegado a otro lugar. El lugar donde había estado la ermita, estaba desierto. Tras vagar por allí durante un rato, encontró a su amado Maestro sentado bajo un baniano y profundamente absorto en meditación. Ahora, mirando a su alrededor pudo darse cuenta de que la ermita había sido incendiada hacía poco. El príncipe esperó hasta que el santo salió de la meditación. Cuando finalmente abrió los ojos, el príncipe se postró ante él y le preguntó qué era lo que le había ocurrido a la ermita. “Nada, hijo mío”, respondió el gran alma, “algún incendio del bosque, no te preocupes por eso. Dime la razón de tu visita”.

El príncipe sintió que algo andaba mal e insistió repetidamente en saber qué es lo que le había ocurrido a la ermita, pero el santo no dijo ni una sola palabra. Finalmente los otros estudiantes se decidieron a hablar y le explicaron la verdad. En cuanto oyó la terrible historia, el príncipe quedó conmocionado y totalmente paralizado. De vuelta a la conciencia su dientes rechinaron de rabia, su mano se dirigió automáticamente hacia el mango de su afilada espada y, al instante siguiente, el furioso príncipe saltó sobre su caballo. “¡Estás muerto, cobarde!”, rugió, e inició una trepidante cabalgada.

Con un ágil movimiento, el santo saltó ante el caballo. Intentó detener al príncipe, pero estaba tan furioso que todos los intentos por calmarle resultaron vanos; todos los consejos y advertencias del santo cayeron en oídos sordos. A su lado, el príncipe estaba furioso y determinado a vengar todo lo malo que su padre le había hecho a su Maestro. Finalmente, el santo dijo: “Muy bien, puedes irte. Pero antes de que te marches quiero que me des el gurudakshina que me prometiste. ¡Y lo quiero ahora!”Al oír estas palabras de su Gurú, el príncipe desmontó de su caballo y rogó al Gurú que pidiese lo que quisiese. El gran santo respondió sonriendo. “Quiero que liberes a tu padre del castigo que estás a punto de imponerle. Este es el gurudakshina que deseo de ti”. El príncipe se quedó sin habla y todo lo que pudo hacer fue contemplar el radiante y compasivo rostro de su Gurú; después rompió a llorar y cayó de rodillas ante sus benditos pies.”

Así finalizó Amma la historia. La forma de explicarla había sido tan viva que había creado una atmósfera saturada de divino Amor y Compasión. Profundamente afectados, los brahmacharis y brahmacharinis derramaban lágrimas en silencio al sentir y experimentar, verdaderamente la compasión del santo.

Un bramahchari se puso a cantar espontáneamente una canción en honor de Amma. Mientras la cantaba derramaba lágrimas de alegría y devoción…



Tanto si están abiertos o cerrados

Mi madre reside siempre en mis ojos.

Con miradas llenas de compasión

A todos nos abraza.

Fundiendo el corazón con una lluvia de Amor,

Mi Madre es, en verdad, un océano de felicidad.

Aun un ladrón y un tirano son,

Para mi Madre, sus hijos queridos.

La denigren o la adoren, de Ella fluyen siempre, ríos de Amor.

La dulzura que gusta la lengua no es la perfecta dulzura.

Perfecta dulzura es el Amor de Dios,

Y el sentido que permite disfrutar de ella

se obtiene sólo a través de mi Madre.

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