El viandante se paró y metió la mano en el bolsillo. Intentaba encontrar algún dinero, pero se dio cuenta de que había olvidado su billetero. “Oh, no, ¡lo siento”! No tengo nada para darle. Olvidé mi monedero.
Al escuchar esto el hombre dijo, “no se preocupe. Ya me ha dado usted algo”.
“¿Qué le he dado”? preguntó el viandante.
“Sus palabras amables”, respondió el hombre. “Ellas han llenado mi estómago. Ahora, incluso si no como podré caminar. Hasta ahora, cada vez que pedía limosna le gente me echaba. Solo usted se paró y me habló con compasión. Ahora me siento saciado incluso sin comer. De hecho, había venido aquí para suicidarme. Pero saber que hay gente como usted en el mundo me da fuerza y esperanza para seguir viviendo.”
Al escucharlos, la gente se acercó. Entre ellos había un cardiólogo que le preguntó por su salud. El hombre le explicó su problema cardiaco. “Aunque mi problema es serio, carezco de dinero para acceder al tratamiento. Iba a suicidarme y había venido aquí para tirarme por el puente.”
El médico llevó al hombre a su hospital. Obtuvo dinero de sus amigos para la operación y pudo curar al hombre.
Hay mucha gente al borde de la muerte. Incluso si no damos algo material, una mera palabra compasiva puede bastar. Deberíamos aprender a decir al prójimo esas palabras amables.