Lo pasado, pasado. Si continuamos rumiando sobre ello, perderemos cualquier reserva de fuerzas. En lugar de eso, debemos resolver con firmeza que: “¡No repetiré mis errores jamás!” El esfuerzo que hagamos posteriormente limpiará nuestra mente.
Esto es lo necesario. La pureza de la mente se revela por el deseo de generar pensamientos nobles y realizar buenas acciones mediante el esfuerzo realizado en esa dirección. No hay pecado que no pueda ser lavado con las lágrimas del remordimiento.
No obstante, una vez que conocemos lo que está mal, no debemos repetirlo. La mente debe ceñirse a caminar por el camino recto. Si un niño, arroja un juguete a su madre, ella sonreirá amorosamente, le tomará en brazos y lo besará. Pero si hace lo mismo cuando haya crecido, ella no lo tolerará.
Así, Dios perdona los pecados cometidos sin conocimiento, pero no perdonará los pecados cometidos después de conocer lo que está bien y lo que está mal. Por lo tanto, debemos intentar no repetir nuestros errores. Si cometemos un error escribiendo a lápiz, podemos borrarlo. Pero solo una o dos veces. Si seguimos borrando, el papel se romperá.
El mayor pecado es repetir conscientemente el mismo error. Debemos evitar esto a toda costa. No penséis, “He pecado muchas veces. Mi mente no es suficientemente pura para rezar. Rezaré cuando mi mente haya sido purificada”.
Nunca podremos nadar en el océano si esperamos a que las olas bajen. ¿Podéis imaginar a un médico diciendo a un paciente que le consulte cuando se haya curado? Vamos al médico para curar una enfermedad. Del mismo modo, Dios limpia nuestros corazones. Solo refugiándonos en Él, la mente será purificada.
No necesitamos estar tristes, pensando en el género de vida que llevamos antes. El pasado es como un cheque cancelado. No necesitamos continuar lamentando nuestros errores y fracasos pasados. Aún tenemos un inestimable capital, la vida. Por lo tanto, pensemos acerca de los grandes beneficios que están por ganar. El optimismo otorga vitalidad, incluso en medio de grandes tristezas.
No importa que seas o no un creyente o un escéptico. Puedes llevar una vida feliz y exitosa, si tienes fe en ti mismo. No tienes que creer en Amma, o en un Dios que reside en los cielos sentado en un trono dorado. Basta con creer en tí mismo.
Si no tienes fe en tí mismo, no hay mucho que ganar, aunque creas en Dios. La fe en Dios es para reforzar la fe en tí mismo, la fe en tu propio Ser. Esto se llama, en otras palabras, auto confianza, confianza en tu propio Ser. Sin esto, no puedes triunfar en la vida, en el campo que sea.
La auto confianza no es sino equilibrio mental, ánimo y control de vuestra mente para afrontar los problemas de la vida. Es imposible escapar de los problemas de la vida, son inevitables. No perdáis jamás la fe optimista. La gracia de Dios ciertamente os protegerá.
La autora es una reconocida líder espiritual y humanitaria mundial.