Pero, si nos comprometemos en el servicio desinteresado con el deseo de ganar punya (Méritos), reconocimiento o remuneración, el propósito de servicio queda anulado. Muchos donan a templos o iglesias con la expectativa de elogio o reconocimiento. Hay gente que dona tubos de neón a templos y después dejan mensajes en ellos, de “donado por fulano de tal” y de esa forma ensombrecen su brillo. Tales personas quieren que los demás conozcan su donativo y se sienten molestas si al menos no reciben las gracias.
Una vez, un hombre rico fue a rezar en un templo. Dio un cuantioso donativo al sacerdote, quién no le agradeció ni alabó por ello. El hombre rico empezó a decir, “estoy seguro de que nunca antes nadie ha hecho a este templo un donativo de una suma de dinero tan grande.” El sacerdote toleró su auto glorificación por algún tiempo, pero cuando el donante no parecía tener intención de parar, le dijo: “¿Porqué alardeas así? ¿Esperas que te agradezca tu donativo?”
“¿Qué hay de malo en esperar al menos una palabra de aprecio por la suma que he donado?” – preguntó el hombre – El sacerdote dijo: “Deberías agradecer que el templo haya aceptado tu donativo. Es una fracción minúscula de la riqueza de Dios que tú has acumulado. Solo recibirás su gracia si donas sin orgullo. Deberías agradecer haber tenido la oportunidad de servir a Dios y a sus devotos. Si no es así, mejor que te lleves de nuevo tu dinero.”
La mente es la que debe rendirse a Dios. Ofrecerle el apego de la mente es como ofrecerle la mente misma. En verdad nada nos pertenece, todo le pertenece a Dios. Debemos agradecerle por darnos la posibilidad y la oportunidad de servirle. Cuando entendamos que incluso nuestro cuerpo, mente e intelecto son regalos de Dios, nos liberaremos del orgullo y el egoísmo. Cuando nos liberemos del orgullo nos haremos merecedores de la gracia de Dios.
El servicio es también una forma de sadhana. De hecho, salir al mundo y dar servicio es una de sus formas. Si queremos eliminar a los enemigos que acechan en lo más profundo del corazón, tenemos que servir al mundo. Entonces podremos reconocer toda la eficacia de nuestra meditación. Solo cuando alguien se enfade con nosotros podremos saber si aún hay ira en nosotros.
Debéis ser como el sol, no como una luciérnaga. Las luciérnagas alumbran solo para sus propias necesidades. No seáis así. La generosidad es lo que siempre debéis desear. Sed los que levanten sus manos para ayudar al prójimo, hasta el momento de vuestra muerte. Hijos, tener una actitud desinteresada os elevará. Ayudar al prójimo os ayudará a vosotros mismos.
La autora es una líder espiritual y humanitaria reconocida mundialmente.