En la maratón olímpica de 1968, cuando todos los participantes empezaron a correr, Akhwari, el atleta de Tanzania, se cayó hiriéndose gravemente. Todos los demás completaron la carrera, llegando a la meta. Akhwari siguió corriendo cubierto de sangre, terminando el último. Cuando horas más tarde, cruzó la línea de meta, la multitud le vitoreó. Más tarde, cuando le entrevistaron y preguntaron que porqué había seguido corriendo a pesar de la herida y sabiendo que no podía ganar, Akhwari contestó: “Mi país no me envió para comenzar la carrera, me envió aquí para terminarla.” Esta respuesta le hizo ganar en reputación de ganador. A pesar de su grave herida, se arrastró hasta la meta.
De este modo podemos encontrar muchos fracasos en la vida, pero nunca debemos descorazonarnos. Debemos seguir avanzando de forma constante, pensando en nuestra meta. Amma no dice que corramos con una pierna rota, cita ese incidente para indicar que nunca debemos relajarnos ni descorazonarnos frente a situaciones adversas. Nuestra determinación nos ayudará a superarlas y a seguir avanzando.
Cuando vemos una flor balanceándose al viento, desplegando fragancia, no nos damos cuenta de que representa el último estadio de la transición del capullo desde la oscuridad a la luz. Dentro del capullo había oscuridad. Desde esa oscuridad floreció a la luz.
Así es también nuestro viaje. Florecer desde la oscuridad de las emociones inferiores a la luz del amor puro. Sólo cuando alcanzamos ese destino final, tenemos la experiencia de la verdadera celebración y gozo. ¿Qué significa esto? Ahora estamos perdidos en la oscuridad de la ignorancia. Podemos confundir una cuerda con una serpiente o una serpiente con una cuerda. Cuando caminamos en la oscuridad de la noche, si algo roza nuestro pie, corremos por temor a que sea una serpiente. Pero si albergamos la luz del conocimiento, la linterna de la conciencia, podremos avanzar sin permitir que la oscuridad nos invada.