La vida puede compararse a la estancia en un hotel. Cuando entramos sabemos que tendremos que salir pronto. Por eso, aunque disfrutemos nuestra estancia, no nos entristecemos cuando nos vamos. El cuerpo es como un hotel; debemos entrar contentos, estar contentos durante la estancia y, por último, debemos irnos sin pena. Debemos saber que cuando llegue el momento de partir, debemos hacerlo, porque no hemos venido para quedarnos eternamente.
Un hombre que haya ido a hacer un viaje de turismo, no olvida su hogar. Sabe que ha ido de viaje y que pronto volverá a casa. De igual forma, nuestro objetivo principal debería ser el “Paramatma.” Deberíamos vivir con este conocimiento constante. Nuestras acciones deberían reflejar que solo este momento es nuestro; el siguiente suspiro no está en nuestras manos. Debemos actuar con discernimiento, alerta, entusiasmo y una sonrisa.
La finalidad de la vida humana es la realización de Dios. No estamos separados de Dios. Una gota de este conocimiento ya está presente en nosotros. Lo que necesitamos es expandir y fortalecer dicho conocimiento. No debemos dejar de ser conscientes de este objetivo. Debemos utilizar la vida humana y este cuerpo hacia esa finalidad.
Una vez un hombre entró en una casa y vio un “chenda” (tambor) en un rincón de la sala. Preguntó al niño de la casa, “¿Es tu “chenda”?
“Sí”, contestó el niño.
El hombre preguntó, “¿Sabes tocar?”
“Aun no”, dijo el niño. “Pero gano dinero con el.”
El hombre se sorprendió, “¿Cómo lo haces?” preguntó.
“Bueno, por la mañana mi madre me da 10 rupias para no tocarlo y por la noche mi padre también me da otras 10 rupias para no tocarlo.”
Sin haber aprendido a tocar el “chenda”, el chico lo utilizaba para ganar dinero, pero desconocía su verdadera utilidad, que es despertar el ritmo y la armonía que hay en el. De la misma manera, solo cuando nos demos cuenta de la infinita conciencia suprema que hay dentro de nosotros, conseguiremos alcanzar el objetivo de esta vida.