El aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que nos nutren, la casa en la que dormimos, el sol que nos proporciona su energía, estamos en deuda con la naturaleza por todo ello. Nuestra vida en la tierra solo es posible por el esfuerzo combinado de todas sus criaturas. Los ríos, los árboles, las abejas, las mariposas y los gusanos, todos ellos tienen su papel. Si ellos no existieran, nosotros tampoco existiríamos. No habría vida. Si visualizamos la naturaleza como un árbol, todas las criaturas serían las ramas, hojas, flores y frutos. El árbol es un todo gracias a cada una de sus partes. Si una de estas partes se destruye, el resto pronto sucumbirá también. Sin la naturaleza, la especie humana no existiría.
Conservamos la memoria de un tiempo en el que reconocíamos esta verdad y vivíamos en armonía con la naturaleza, amándola y sirviéndola. En esos tiempos, los aldeanos no sabían leer ni escribir, pero sabían mantener un estanque y un pequeño altar en su propiedad. Protegían incluso a las aves migratorias y ponían cuidado en no herir ni a una criatura. Pero según fueron creciendo nuestro egoísmo y codicia, nuestro vínculo con la naturaleza fue deteriorándose. Los habitantes de los bosques pueden haber cazado, pero solo lo necesario para sobrevivir. Igual que una vaca solo come para satisfacer su hambre, o un pájaro bebe lo justo para saciar su sed, ellos cazaban para cubrir las necesidades diarias, no para acaparar. Pero hoy en día la gente mata elefantes por su marfil, caza animales por su piel y tala bosques para hacer dinero.
En mi infancia, cuando se iba a cortar un árbol, se celebraba con la solemnidad de una boda. Antes de cortarle, se le veneraba y se rezaba para pedir su perdón: “Hago esto porque no tengo otro modo de sobrevivir. Por favor, perdóname.” Los árboles no eran nunca considerados como materia inerte. Solíamos proteger a las especies en extinción; ahora las llevamos a ese estado. Tenemos que entender que al destruir la naturaleza nos destruimos a nosotros mismos; que cada árbol que cortamos es como un ataúd que estamos haciendo para nosotros. Ojalá nunca la humanidad llegue a tener que perecer para que el planeta sobreviva. Ciertamente, son los actos egoístas que ha hecho el hombre a la naturaleza lo que revierte en nosotros en forma de epidemias como el virus corona.
Nos esforzamos en educar a nuestros hijos para que lleguen a ser ingenieros o doctores, porque queremos asegurarlos un buen futuro. Pero sin aire puro, suelo y agua, ellos no sobrevivirán en absoluto y mucho menos serán felices. Así que si queremos proteger el futuro de nuestros hijos, debemos proteger el aire, la tierra y el agua.
En verdad, ya hemos ido demasiado lejos por el mal camino como para volver atrás en esta vida. No obstante, intentémoslo. Regresemos tanto como sea posible. Por este “volver atrás”, Amma no quiere decir que renunciemos al confort del mundo moderno ni vivir como monjes: solo que esta generación se impregne de valores espirituales y los transmita a sus hijos. En este momento es como si la madre naturaleza estuviera en fase tres de cáncer. Solo nuestros cuidados podrán determinar por cuánto tiempo podrá mantenerse. Nuestros esfuerzos pueden alejar pandemias, terremotos, tsunamis, inundaciones y calentamiento global a grosso modo. Si unimos nuestros esfuerzos podremos recuperar al menos un 10% del camino. Pero también necesitamos del factor de la gracia. Para eso necesitamos esfuerzo, humildad y tratar a la naturaleza con una actitud respetuosa y de oración.
Amma no quiere asustar a la gente, ni inducirla al miedo, pero normalmente la verdad no es muy dulce. Al avanzar debemos estar alerta y ser cautelosos. Debemos dar a los pensamientos espirituales y a las acciones altruistas la misma importancia que damos normalmente a las que apuntan a fines materiales.
Esta es la necesidad de esta era. Este es el mensaje que nos envía la naturaleza. Permanezcamos unidos y trabajemos juntos con amor, compasión y paciencia. Oremos intensamente con un corazón cálido.