Debemos dar generosamente a aquellos que carecen de trabajo, huérfanos o ancianos desamparados, a enfermos que no pueden comprar medicinas. Es nuestro dharma, nuestro deber, hacerlo. Pero cuidado, que nuestro propósito no sea ganar fama ni renombre.
Una vez, los residentes de una residencia geriátrica y sus visitantes estaban disfrutando de los programas culturales que se presentaban con motivo del aniversario de la residencia. De pronto, entró en la sala un hombre y desconectó todos los ventiladores. Era un importante comerciante de la ciudad.
Uno de los residentes le preguntó: “¿Porqué desconecta los ventiladores? No se soporta el calor”.
El comerciante dijo: “Yo soy el donante de los ventiladores de esta residencia. Y mi nombre está impreso en ellos. Pero si están girando todo el tiempo, nadie verá mi nombre. Los he desconectado para que todos los que están viendo la función hoy, sepan quién los ha donado.”
Tal donativo no es en absoluto, dar. La actitud del comerciante le hace perder el mérito espiritual que hubiera ganado con la donación.
La actitud de la persona que da reviste la mayor importancia. Cuando un rico da para ganar fama o por cualquier otro motivo egoísta, el donativo se degrada a una mera transacción comercial.
Pero cuando uno da, viendo a Dios en los otros, a coste personal y sin esperar nada en retorno, los resultados de ese donativo son verdaderamente grandes.
En el centro de un pueblo había una hermosa estatua de un gran mahatma con los brazos extendidos. En una placa bajo la estatua aparecía esta inscripción. “¡Ven a mis brazos”!
Con el tiempo, los brazos de la estatua se cayeron. Los habitantes se reunieron para decidir qué hacer con la estatua. Algunos sugirieron sustituirla por otra nueva.
Otros pensaban que podían hacerse unos brazos nuevos.
Pero un anciano se levantó y dijo: “No os preocupéis en hacer brazos nuevos. Dejémosla sin brazos.”
Los habitantes se preguntaron, “¿qué hacemos con la placa que dice ¡‘venid a mis brazos’”!?
El viejo respondió, “eso no es un problema. Podéis añadir, ‘no tengo más brazos que los vuestros’”.
Dios trabaja con nuestros brazos, nuestros ojos y nuestros oídos. Seamos instrumentos en manos del divino permitiéndole fluir a través de nosotros.
La autora es una líder espiritual y humanitaria reconocida mundialmente.