Saturday, 25 February 2017 11:07
Memorias del pasado y del presente se superponen en una casa de Kozhikode.
23 Feb, Kozhikode – Bharata Yatra 2017
Hacia las dos de la tarde llegamos a Kozhikode, nueve horas en nuestro viaje de veinte horas. El aire caliente penetraba por las ventanillas del autobús y nuestra única repetición por la humedad sofocante del sol del sur de la India era un momento de sueño de vez en cuando. Nuestros estómagos se quejaban. Imaginábamos que pronto haríamos una parada para comer, pero llevábamos diciendo eso desde mediodía. Cuando los autobuses se pusieron a un lado de la autovía en una zona animada de la ciudad, comenzó a extenderse el rumor de que Amma nos serviría la comida.
De pronto el ambiente en el autobús se agitó. Asomamos las cabezas fuera de las ventanillas en busca de un claro grande o de un aparcamiento vacío donde pudiéramos comer, pero nada a la vista parecía capaz de alojar un grupo de nuestro tamaño.
Se abrieron las puertas del autobús y corrimos por la orilla de la autovía hacia una carretera estrecha y sucia que bordeaba una plantación de plátanos. Al fondo de la carretera había una casa humilde, con un gran patio sombreado por un toldo de metal. El espacio no se parecía a ningún otro frecuentado anteriormente, era muy compacto, contenía todos los utensilios de una residencia privada.
Hacia las dos de la tarde llegamos a Kozhikode, nueve horas en nuestro viaje de veinte horas. El aire caliente penetraba por las ventanillas del autobús y nuestra única repetición por la humedad sofocante del sol del sur de la India era un momento de sueño de vez en cuando. Nuestros estómagos se quejaban. Imaginábamos que pronto haríamos una parada para comer, pero llevábamos diciendo eso desde mediodía. Cuando los autobuses se pusieron a un lado de la autovía en una zona animada de la ciudad, comenzó a extenderse el rumor de que Amma nos serviría la comida.
De pronto el ambiente en el autobús se agitó. Asomamos las cabezas fuera de las ventanillas en busca de un claro grande o de un aparcamiento vacío donde pudiéramos comer, pero nada a la vista parecía capaz de alojar un grupo de nuestro tamaño.
Se abrieron las puertas del autobús y corrimos por la orilla de la autovía hacia una carretera estrecha y sucia que bordeaba una plantación de plátanos. Al fondo de la carretera había una casa humilde, con un gran patio sombreado por un toldo de metal. El espacio no se parecía a ningún otro frecuentado anteriormente, era muy compacto, contenía todos los utensilios de una residencia privada.
Nos pusimos a merodear, esperando ver un lugar donde poner el peetham de Amma. Finalmente le pusieron en un rincón del patio e inmediatamente los devotos llenaron todo el espacio sentados como sardinas en lata.
Cuando Amma llegó, algunos se habían arrastrado bajo los arbustos en busca de un lugar eventualmente próximo a Amma.
Después de una meditación breve, Amma empezó a pasar el prasad. El pequeño espacio se llenó de entusiasmo con los platos atravesando por la multitud. Cuando todos tuvimos en la mano la comida, Amma evocó: “Amma vino por primera vez a esta casa en 1985.” Y relató la historia de su visita y de la familia que la hospedó. Ahí, en esa pequeña casa, Amma celebró su primer programa fuera del ashram. Hasta entonces Amma no había pensado en salir del ashram, pero viendo la carga económica que significaba para sus hijos visitarla, se sintió obligada a visitarlos. Su visita duró siete días. El primer día vinieron dos mil personas a recibir darshan y cada día siguiente el número de personas aumentaba. Chandrahasan, el dueño de la casa aportó la comida para todos los que vinieron. Además de dar darshan, hubo bhajans y Harikatha. En memoria de su visita, Chandrahasan convirtió la casa en morada de pujas y el primer domingo de cada mes recitan el Sahasranama, distribuyen 1500 kilos de arroz, celebran sátsang y dotan de medios económicos a veinte muchachas para que realicen sus estudios.
Amma comenzó a relatar cómo Chandrahasan conoció a Amma en 1984 e inmediatamente quedó fascinado por ella. Compró el primer Tempo para el ashram así como el terreno para el templo de Kali. Amma mecionó que Chandrahasan era un contratista, que ahora vive en Delhi con su hijo, donde supervisa la construcción del nuevo hospital de Amma en la ciudad.
Esa primera visita era un recuerdo afectuoso para Amma y es evidente que la casa tiene un significado especial para ella. Dijo que vuelve a esa casa cada año para celebrar un programa y Chandrahasan monitoriza meticulosamente el número de días que Amma ha estado ahí, cincuenta y cuatro en total.
Amma recordó que una persona espiritual debe ser como un río, por fuera y por dentro, dando amor y paz a todos, fluyendo sin apegos todo el tiempo.
Después de escuchar esta historia, la casita tomó un nuevo sentido para nosotros. Estaba llena de memorias de Amma y su humilde tamaño nos recordó los orígenes de nuestra Gurú.
Terminamos la comida y volvimos a la carretera para otras once horas de viaje con un espíritu renovado, pensando en los modos increíbles en que se superpone el pasado y el presente. Dos mil personas en una casa tan pequeña deben haber parecido una multitud masiva hace treinta y dos años y sin embargo, ahora, nuestro grupo en gira, era demasiado grande para ese espacio minúsculo.
Subimos a los autobuses y emprendimos viaje a Mangalore, el éxtasis persistente de la casa de Chandrahasan y las historias de Amma nos llevaban a través del largo viaje.
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