Un discípulo debe actuar como un sirviente, pero a la vez, no debe ser solamente un sirviente. El deber del discípulo es cumplir las tareas recibidas del Gurú, usando su discernimiento para cumplirlas de la forma más eficaz.
Tal como los rayos ardientes del sol se reflejan en la luna y alcanzan la tierra, siendo rayos lunares refrescantes, la penitencia intensa de conexión con Dios llena nuestros corazones de alegría cuando servimos al Maestro. Como resultado de nuestra excesiva familiaridad con el lado físico del Maestro, a menudo olvidamos su divinidad. Gurupurnima nos ayuda a recordar esta divinidad y aunque veamos el cuerpo físico del Maestro, en realidad, todos los seres vivos son el cuerpo del Guru. La liberación del discípulo radica en amar y servir ambos aspectos del Guru. Liberación no significa renuncia a todo, irse a una cueva y quedarse allí sentado como una estatua, sino sentir la fortuna de olvidar nuestro ser y dedicarse totalmente a servir el Maestro. Servir al Guru es la mayor satisfacción, gratitud y liberación.
De la misma forma que no hay diferencia entre el océano y las olas, o entre el oro y las joyas hechas de oro, tampoco hay diferencia entre el Creador, Dios, y lo creado; el mundo. Esencialmente son lo mismo: conciencia pura. Dios no está sentando en un trono de oro en el cielo, Dios es la conciencia de todos los seres. El sol no necesita de la luz de una vela. El estado ideal es aquel en el cual consigamos ver la unidad de todos los seres, amándolos y sirviéndolos desinteresadamente. Es necesario alcanzar este estado, aunque sea difícil al principio. Cuando la hierba alcanza una cierta altura, vuelve a doblarse para que las semillas puedan quedarse en el suelo y convertirse en una planta nueva y aunque la pongamos hacia arriba, volverá a doblarse. Es el símbolo de la humildad y cuando la desarrollamos, todo se convierte en “sadhana” o práctica espiritual y aunque muy pocos lo consigan, eso no quiere decir que no debamos intentarlo, tenemos que intentarlo.