Una vez, un coche que subía una cuesta cayó en una cuneta al lado de la carretera. El conductor subió la cuesta, extendió su asana y empezó a rezar. “Oh Dios, por favor, permite que mi coche salga de la cuneta. Por favor, mueve mi coche!” Pronto abrió un ojo y miró hacia abajo, pero su coche seguía atascado. “¿Qué es esto, Dios mío”? preguntó mirando hacia el cielo y agitando sus puños hacia los cielos. “¿Porqué no escuchas mis plegarias?” De pronto, una voz atronó desde los cielos. “Hijo, intenta empujar el coche mientras rezas”. Por nuestra parte, se necesitan ambos, esfuerzo y oración.
Sin sucumbir al desaliento, debemos iluminar nuestros corazones con la lámpara de la esperanza. Cada Nuevo Año es un recordatorio del paso del tiempo. La muerte, como una sombra, acecha detrás de cada uno de nosotros. Podríamos tener que desalojar esta casa alquilada de nuestro cuerpo en cualquier momento. Antes de que finalmente la muerte nos reclame, tenemos que completar muchos deberes. Esta noche, mirando al pasado, deberíamos hacer inventario de nosotros mismos. Y con un ojo en el futuro, deberíamos emprender acciones positivas. Este es el momento de hacer esas resoluciones determinadas.